27.4.16

#MiPrimerAcoso

He estado aquí en el rincón observando como muchas de ustedes cuentan la historia de su primer acoso y agarrando fuerza para poder aventarme yo. No es fácil hurgar en la memoria buscando estos episodios: una más bien tiene el impulso contrario, el de esconderlos y ponerse a pensar en otra cosa. 
Dudé mucho si publicar o no esto. Lo hago, primero, porque quiero manifestar de algún modo mi solidaridad con las otras mujeres que lo han hecho: es mi manera de acompañarlas. Además, en serio creo que parte del cambio está en no callarnos. En gran medida, los mecanismos del machismo y la exclusión de genero son difíciles de combatir porque operan en lo oscuro y muchas veces se transmiten sin que nos demos cuenta. Echarles luz, hacerlos visibles, ayuda a dejar de verlos como normales. Muy poca gente conoce los tres episodios que voy a contarles.
Yo tenía unos 10 años cuando ocurrió ‪#‎MiPrimerAcoso‬. Estaba de con mi familia en el Hotel Krystal Vallarta, un hotel donde pasé muchas vacaciones de mi infancia. Era de esos lugares donde hay "animadores" (qué oso) que ponen música espantosa a todo volumen y organizan aerobics en la alberca.
El líder de ese grupo de animadores se llamaba José. Era un tipo guapo, de unos 30 años (aunque en ese entonces yo lo veía señorsísimo), que se paseaba por el hotel ligándose a cuanta gringa se le cruzara por el camino. Yo andaba siempre por ahí, me gustaba ponerme mis goggles y jugar a tocar el fondo de la alberca más profunda del hotel. Un día, se acercó José y empezó a jugar conmigo a ver quién aguantaba más tiempo la respiración. En una de las inmersiones, él me bajó los tirantes del traje de baño y me apretujó las tetas (o lo que muy pronto se convertiría en mis tetas). Desconcertada, me salí de la alberca y corrí a la palapa con mi familia. No recuerdo haber llorado ni dicho demasiado en el momento, pero han pasado 20 años y el recuerdo está intacto. 
La segunda vez fue en mi fiesta de 15 años. Habíamos contratado un servicio de música que incluía muchachos que organizaban coreografías para poner ambiente (otra vez qué oso). En algún momento de la tarde, uno de ellos me pidió usar el teléfono de la casa. Entramos juntos. Hizo la llamada rápidamente y al colgar empezó a frotarse el pene por afuera del pantalón. Yo ya no era una niña pero casi: solo había visto cosas así en la tele o esculcando las revistas de mis hermanos. Me quedé inmóvil cuando Juan Pablo tomó mi mano con violencia y la puso encima en su erección. “¿Te gusta?”, me preguntó. 
Esa vez sí rompí en llanto.
La tercera vez fue en 2009. En los primero años de mi vida profesional, trabajé durante algunos meses para la representación de un partido político en el IFE. Dirigía la oficina un tipo carismático, atrevido, de esos que caen bien de entrada y a los que cuesta trabajo contradecir. Pero no me gustaba la chamba desde el día uno: me sentía dejada de lado en mis opiniones y mis capacidades. Como tenía muy poca experiencia, pensé que lo que tenía que hacer era aguantar y observar, aprender. Eso hice, hasta que un día me llamó mi jefe a su oficina y me dijo que al día siguiente “me pusiera guapa, con tacones de preferencia” porque tocaba Consejo General. Me le quedé viendo fijamente, pensando que era broma, mientras él y los demás hombres que trabajaban en la oficina se metían a uno de los cuartos a planear estrategia. Yo me quedé afuera. 
Al día siguiente entendí lo que quería decir: durante la sesión de Consejo General mi equipo sólo me dirigió la palabra para pedirme que pasara papelitos a otros representantes o que les llevara café o galletas. Tenía 25 años y acababa de terminar una licenciatura en el ITAM: me habían contratado como asesora, pero me querían como edecán. 

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Tuve la fortuna de tener una mamá chingona y fuerte y de crecer rodeada de mujeres independientes. Sin embargo, pensé durante años que el machismo era cosa normal y hasta celebré chistes, algunos de mi propio padre, que discriminaban a las mujeres. 
Hoy me doy cuenta de que ése era el caso de muchas de nosotras. Suena cursi pero me da igual: escuchar todas las voces que se han levantado en estos días me llena de esperanza de que cuando me toque a mí escuchar a una niña de 10 años contándome cómo un tipo la bajó los tirantes en la alberca, voy a poder decirle ‪#‎NoEsNormal‬.
Y ella me va a creer.

25.11.15

Un caleidoscopio en blanco y negro


Los días previos a su muerte, mi padre soñaba que había alacranes en su habitación. Su penúltima noche la pasó así: en vela y despertando a mi hermana a cada rato para decirle que caían alacranes del techo, que alacranes subían por las patas de su cama, que por favor se levantara a ayudarle a matar alacranes. 

En los meses que siguieron yo dejé mi departamento en Nueva York y me mudé a esta casa del espanto para arreglar cuestiones familiares. Los asuntos que de lejos me parecían manejables se volvieron imposibles la mañana que escuché el primer martillazo. Demolieron mi infancia, sin metáfora. Después vendimos la casa (la parte que no tumbaron) y fue labor mía empezar a vaciarla: empacar en cajas de cartón la alucinante vida de mi padre. Otro derrumbe. 

Entre los aparatos descompuestos que por costumbre se acumulan en las casas, anoche encontré dos alacranes que, caminando juntos, formaban un caleidoscopio en blanco y negro. Vendrán días mejores, estoy segura, pero ¿cómo le voy a hacer para olvidar eso?

23.9.15

Cama con perro, de Joyce Sidman

La foto es de Juan José Saez de Ocariz


Nariz enterrada bajo cola
eres un planeta tibio, peludo,
con centro en mi cama.
Paso la noche orbitando
(extremidades enredadas)
en el escaso espacio
que me corresponde.

Si por accidente
te sacudo mientras duermes
te agitas, gimes
y apoyas tu barbilla en mi cadera.

¡Ay, ese lánguido aspaviento de estrella de cine!
Imposible resistirse.
Hundo mis dedos en tu pelo
amaso
                    y me pregunto
¿cómo sueñas?
¿qué adoras?
¿por qué tus orejas de seda negra
se parecen tanto a la felicidad?

Así es el amor:
una vez invitado
avanza gentilmente
da dos vueltas
y toma todo el espacio
que le des.

Joyce Sidman (traducción mía)

1.2.15

Álbum de fotografías que no tomé



El cielo descolorido de la Ciudad de México. Mi padre convertido en su propia sombra, intentando atrapar aire con las manos. ¿Qué ven los desahuciados que los hace moverse así? Nosotros en cambio estamos quietos, frotando los minutos para sacarles brillo.

¿Qué sigue, qué sigue?

Los zapatos del sacerdote. Los hombres de dios no deben llevar zapatos de lujo, pero él unta la frente de mi padre con aceite dorado de invierno. El amarillo es el color de los finales, ¿le has visto las uñas a un moribundo?

Una fotografía escarlata: después de una vida de delgadez, tiene el estómago hinchado de sangre sucia. Por momentos se avergüenza –la vanidad es una bestia terca– y se cubre a medias con la sábana. Su hígado: una granada madura abriéndose, abriéndose. 

Quemamos su cuerpo y las seis letras de su nombre de madera. Hubo belleza: el bosque de Tlalpan salpicado de sus cenizas blancas. Junto a la virgen el letrero decía no pisar el césped y lo pisamos de todos modos. Así como los muertos se extienden sobre el mundo, nosotros también nos extendimos. Hay cosas que no puedo decir, pero digo esto: tocamos las plantas con los dedos polvosos.

Estamos todos pero la casa está vacía. No hay casa. Quiero decir: en el espacio que ocupaba la casa ahora hay un río. Yo me siento a la orilla y miro a mi padre convertirse en un fantasma azul sobre las sábanas de agua.

Tengo treinta años y ya he memorizado los rituales de la muerte.

24.11.14

Una nueva casa


foto de Manuel Velázquez
 
 

Una de las preguntas escuchadas más a menudo en estos días es sobre la diferencia que hay entre el caso de los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa y el resto de los casos, de igual gravedad, que se han visto en México en los últimos años. Hacer un recuento de ellos es acaso una labor imposible. ¿Por dónde empezamos a contar los cadáveres? ¿En qué fosa, al lado de qué camino perdido, excavando dónde? Pareciera que, bajo la superficie, nuestro país está tapizado de muerte. De las muchas imágenes escalofriantes que hemos visto recientemente --un muchacho con la cara desollada, huesos tan chamuscados que no alcanzan a serlo-- algunas de las que más duelen son las de fosas clandestinas, esas agujeros rebosantes de vidas perdidas. Muertos cuyas familias no pudieron siquiera enterrar sus restos.

Son tiempos de profundo dolor para los mexicanos, pero también de profunda reflexión. A mi alrededor, amigos que no se involucra habitualmente en política se han unido de un modo u otro a las protestas por el secuestro y asesinato de los normalistas. La indignación se ha manifestado de diferentes maneras, todas ellas válidas: cada quien hace lo que puede desde su trinchera. Ante horrores como Ayotzinapa (o Aguas Blancas, o San Fernando, o Acteal) las preguntas rebasan por mucho cualquier especialización. Son temas que nos conciernen a todos porque a todos nos quiebran: los "malosos" de Calderón no están en esa dimensión distinta en la que los hemos puesto por años. Los jóvenes, casi niños, cuyo testimonio presentó Murillo Karam en la conferencia de prensa de hace algunas semanas también son víctimas de sus circunstancias, de su propia falta de oportunidades.

Ayotzinapa somos todos porque todos sentimos en el alma la rabia de esas vidas perdidas, pero lo somos también en un sentido más amplio: cargamos con la responsabilidad de lo que está sucediendo. No hablo solamente de la culpabilidad que, podría argumentarse, hay en dar una mordida o fumar un porro: éstas son pequeñas decisiones personales que, si bien representan un conflicto moral, no tienen el alcance que muchos les atribuyen. Hablo por mí: lamento que haya tenido que pasar tanto tiempo, tanta muerte, para llegar a sentirme así. La facilidad con la que he podido dejar de pensar en noticias y fotos que en su momento me han helado la sangre. Tengo la culpa de quien voltea para otro lado.  

Pero algo está cambiando. Me revienta que en mi país haya quien secuestre, torture y asesine a 43 jóvenes inocentes. Pero también estoy orgullosa, esperanzada por la cantidad de personas que, en México y el extranjero, han manifestado su indignación y hartazgo. Lo dijo Juan Villoro hace unos días en una plática que dio en la Universidad de la Ciudad de Nueva York: lo que importa de este movimiento es que, más allá de partidos políticos y agendas personales, se está formando una república afectiva. El dolor de padres y madres de los muchachos de Ayotzinapa, esos gigantes que nos han dado a todos un ejemplo de entereza y dignidad,  ha sido nuestro espejo. ¿Puede este impulso de empatía derivar en formas de participación que cimbren y transformen al Estado mexicano? No se trata exclusivamente de exigir renuncias, la ineptitud de muchos de los políticos que nos gobiernan es resultado de un sistema roto. El tema de fondo es institucional, hay que buscar mecanismos para asegurar que quienes lleguen al poder estén comprometidos con la gente que los eligió y no con el partido del que depende su futuro profesional.

Una de las frases más hermosas de las muchas que han surgido en estas semanas es “Quisieron enterrarnos, pero no sabían que éramos semilla”. La pregunta con la que abrí esta nota tiene que ver con eso: Ayotzinapa importa por semilla, porque desató algo. Es evidente que estamos viviendo una transformación, pero no existen fórmulas mágicas: para lograr respuestas hay que empezar por formular las preguntas. No basta con sacar la basura y pintar las paredes. Tenemos que construir una nueva casa. Un hogar por los 43 que se han roto.

 

18.11.14

Iguala: State Crime and Class Crime | an article by Óscar de Pablo

 

I translated to English this article by Óscar de Pablo, originally published in GKillCity. I don't necessarily agree with all of it, but I do think that he makes important points that, as Mexicans, we need to consider when thinking about the moment our country is going through. Also, it is essential for people abroad to get a better understanding of what's happening and, unfortunately, big media in Mexico is not doing a good job providing elements for this. To what he states, I would add that the causes and consequences of the crisis go well beyond our borders and into the United States territory: this is a conflict that we absolutely need to consider in an international context. I hope Óscar's voice, brave and elocuent, somehow contributes to the discussion among my English-speaking friends.


 

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What kind of “order” requires the disappearance of 43 people?



'Order reigns in Berlin!' exclaimed Rosa Luxemburg with bitter sarcasm briefly before being murdered in the repression of the workers’ uprising in 1919 Germany. This was the same kind of “order” that needed to be guarded at any cost on September 26th 2014 in Iguala, in the Mexican state of Guerrero. There was supposed to be a party that day, one that the mayor of Iguala would attend with his wife. But the celebration was threatened by eighty students of the Normal School of the nearby town of Ayotzinapa. They were there as political activists and the police brutally attacked them by orders of the municipal government. This is the episode that placed Mexico in the international spotlight. The following day, the official press celebrated the repression with an article called “Finally, order is set”. During the next days the image of this cover spread in the national media together with images that made the blood freeze: this was graphic testimony of what the word “order” meant in Guerrero.


 


The agents shot at the bus in which the students were travelling. But the bullets happened to hit –by mistake– a soccer team’s bus. The driver of the bus and a 14 year old player were killed.  Blanca Montiel, a passerby, also fell in the shooting. By Saturday 27th at dawn, there were twenty injured boys and five fatalities. Of those who survived, 45 were arrested or, rather, kidnapped. Among them was Julio César Mondragón, who was brutally tortured to death the following day: his face was flayed. Rumor has it that this happened because he spit at his captors. The remaining 43 have not been seen since that day and the federal government takes them for dead.  

On September 26th, the students were in Iguala raising money to travel to Mexico City and participate in the annual “2 de octubre” protest, which commemorates the Tlatelolco massacre of 1968. Their main complaints were directed, above everything, at budget cuts for public education. In the Ayotzinapa Normal School, future rural teachers are not embarrassed about their peasant origins nor do they hide their political affiliation. They study not only to be able to teach, but also to understand the social reality they will face as teachers. They are as poor as their future students and, in order to survive, they have to supplement their insufficient state scholarships with intense work, for the school is also a collective farm. If they endure these conditions, it is not for their own advancement, but to help the people, whose sons they consider themselves to be. They are members of the Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas (Socialist Peasant Students Federation). They decorate their space with portraits of Marx, Engels, and Lenin, as well as of some Mexican guerrillero leaders of the seventies: Genaro Vásquez and Lucio Cabañas, two rural teachers that graduated from that same school.

The government’s spokesmen, the rightwing parties, and the media have always called them rioters, agitators, criminals. And not only them. Last year, a rural teachers’ protest in Mexico City triggered an explicitly classist and implicitly racist hate campaign. Under those conditions, violent repression has turned into an “occupational hazard” of the normalista. In December 2011, two of them were shot to death by the state police during a protest in Chilpancingo (Guerrero’s capital), an event that produced practically no fuss.

Both the government and the press (national and international) present the massacre of Iguala as yet another episode of the long “war against drugs” that has devastated Mexico in the last seven years. The probable collaboration of organized crime with Iguala’s police in this attack has contributed to darkening the very specific political nature of this crime. The federal government declared it was outraged and blamed the local government for everything. The implicated policemen and some civilian accomplices were arrested by federal forces. The mayor, José Luis Abarca, had time to run away and was captured two weeks later far away from his city. Gradually, his responsibility in previous acts of political violence became public together with the family ties that his wife, Ángeles Pineda, had with the powerful Beltrán Leyva cartel.

Through the tangle of different government levels, implicated political parties and drug cartels, a simple, condensed, three-word motto is being heard: IT WAS THE STATE. What underlies this understanding is not only that the perpetrators were policemen or that they acted in response to higher orders, but that their motive was the state motive par excellence: the defense of established social order through repression of dissidents.

During a press conference on November 7th, the attorney general Jesús Murillo Karam, denied that the Mexican State as a whole held any responsibility for the actions of the municipal government. However, in the same breath he admitted matter-of-facty that if the federal army had been present, far from protecting the students, it would have contributed to the repression. Their job as an institution is to protect the constitutedauthority.

Since Mexico is a presidential and centralist country, the person that –in form and fact—controls the armed forces in all the national territory is the President of the Republic. Today, that man is Enrique Peña Nieto, of the Institutional Revolutionary Party (PRI). So the parents of the victims, after meeting with him, instead of showing the traditional “respect to the authorities”, declared him responsible for what happened to their children.

The nationalist Party of the Democratic Revolution (PRD) is also to blame. Some call this electoral option “the left”. Abarca, the mayor of Iguala, belonged to this party as did the governor of the State of Guerrero, Ángel Aguirre, who, faced with evidence testifying to his closeness to Abarca, had to resign. This circumstance, far from obscuring the political nature of the crime, has somehow simplified it: the differences between parties are now irrelevant when compared with the abyss that separates them from the social movements, especially of the younger people.

So distant is it from the public power, that there have already been strong demonstrations of repudiation not only against the headquarters of the two previously mentioned parties (PRI and PRD), but even against those of the third party, the National Action Party (PAN). The PAN was not directly involved in the Iguala massacre, but it was the ruling party when the militarization started, less than ten years ago. Back then, President Felipe Calderón (2006-2012), eager to legitimize his government after a questioned electoral process, started a full-on war against drugs. To do this, he extended the role of the army and broke certain pacts or equilibriums that had allowed the citizens to live, to a certain point, peacefully.

In the last days, the classmates of the disappeared students and the militants of the magisterial state union have twice set fire to the main building of the state government. They have also taken food from big chain stores to distribute it among the population of Chilpancingo, and they occupied Acapulco airport for three hours. In the rest of the country there have been several student strikes, one after another, getting longer, and at a protest in México City there were people trying to set the wooden door of the emblematic National Palace, seat of the federal government, on fire.

Because of these actions, the consensus that dominated Mexican society during the days that followed the students’ disappearance has dissipated into consternation. As protests get more and more radical, the people who express their outrage inwords take distance from those expressing it in actions. The most radical acts are attributed, each time, to government infiltrators, as in this cartoon. And this makes solidarity increasingly difficult.

There are more and more people that compare the violence of the victimizer to the resistance of the victim, valuing the objects that have been destroyed by the protesters more highly than the lives that have been lost in the repression. Before the attempt of setting the National Palace’s door on fire, PRI public servant and youth leader Luis Adrián Ramírez expressed in florid language what many others say between the lines. In social networks, he stated that the government should not by stopped by the “fucking idea of preserving the human rights of these beasts who don’t deserve to live… and today more than ever I call for the return of somebody like Mr. Gustavo Díaz Ordaz”, making reference to the president associated with the repression of the 1968 student movement. The daughter of a union leader associated with the PRI illustrated in six words the underlying motive for this aggression when she wrote on facebook: “No wonder that they burn them…nacos”. “Naco”, in Mexico, is a word used to refer to the socially poor and ethnically indigenous.

The same words that were used against the students before their disappearance –rebels, vandals, criminals– are used today in the commercial media against those who protest their disappearance. Solidarity between intellectuals is turning more difficult and more necessary. However, as spokesmen, journalists, writers, and academics distance themselves from the protests’ violence, more and more workers gather at its base. Several important unions have formally joined the movement. People who do not usually get involved in politics, even conservatives, defend the very same actions that the “opinion leaders” condemn.  The hairdresser begins by talking about her economic problems but ends up speaking about “the boys from Guerrero”. The taxi driver, after hours of enduring a traffic jam caused by the protesters blocking a street, explains: “It is about the boys”, and then remains respectfully silent. A couple of women sitting next to me at the movies are outraged about a government ad and shout: “We didn’t pay to listen to their lies!”

So again, as so often in the last eight years, fellow citizens are dead. Sadly, this is not news anymore. Why did this particular case detonate the protest? Perhaps because these were not just any kind of citizens. They were young boys fighting for the poor and trying to get a better education for them. They were not accidentally murdered, they did not refuse to pay extortion, they were not trespassing, and they did not belong to a cartel. They were murdered because they defied the fundamental state policy in educative and social terms. And, deep down, everybody in Mexico knows this. The intuition is spreading: the police of the rich killed the sons of the poor because they were defending the poor. All of them.

24.3.14

Mariachis para el poeta

En mayo de 1994 Octavio Paz estuvo en Nueva York para recibir un homenaje en el marco de su octogésimo cumpleaños. En su honor se organizaron varios eventos y seminarios, entre ellos una memorable lectura de poesía en el museo Metropolitano en la que John Ashbery, Joseph Brodsky, Bei Dao, Richard Howard y Mark Stand, que admiraban y apreciaban a Paz enormemente, rindieron lo que es a mi juicio el mejor tributo posible: leyeron su trabajo. Cada quien un poema propio, en honor al poeta, y uno escogido de la amplia obra de Paz (las versiones en inglés estuvieron a cargo de Eliot Weinberger, traductor impecable). Hubo además un coloquio en la New School, La poesía y el siglo XXI: La otra voz, en el que participaron Haroldo de Campos, Michael Palmer, Alberto Ruy Sánchez, Anthony Stanton y Nathaniel Tarn, y un seminario sobre la obra ensayística de Paz con Dore Ashton, Hugo Verani y Alfred MacAdam. Todo en el marco de una muestra bibliográfica en The Pierpont Morgan Library.

Han pasado veinte años desde esos días. La ciudad ha cambiado de una manera radical y los poetas y escritores que participaron en aquellos homenajes han envejecido. Este año Paz hubiera cumplido cien años y por motivos laborales estoy involucrada en algunos de los festejos que se organizarán en torno a su centenario en Nueva York. Así fui a dar con los materiales del homenaje de hace veinte años: fotos, el cuadernillo de la lectura, notas de periódico.

¿Cómo habrá vivido Paz la ciudad en su visita de 1994? El poeta había estado en Nueva York innumerables veces, la primera brevemente antes de un viaje a España, luego pasó una temporada en 1945 (el año de la muerte de Tablada) trabajando en el Consulado y después en múltiples visitas que tenían que ver con su actividad como intelectual y escritor. Pero me gusta pensar que la visita de 1994 fue especial. Tal vez es un capricho de mi imaginación: no sólo admiro a Paz, vivo en Nueva York y trabajo en una de las instituciones que organizó los festejos, pero estuve la ciudad de niña porque mi padre trabajaba entonces en el Consulado General.

Tal vez sea un capricho imaginar que esos días de mayo fueron especiales para Paz, pero es posible también que lo hayan sido. Los elementos: estaba en la cumbre de su carrera, acompañado por amigos queridos, festejando su cumpleaños en una ciudad estimulante y hermosa, especialmente en primavera. 

Yo creo que fue una ocasión feliz. Las fotos no me contradicen. 









23.1.14

Una lista jamaicona

fragmento de foto tomada de Swallow Magazine, edición DF

Uno de los efectos más importantes que ha tenido en mí vivir fuera de México ha sido el desarrollo de un agudo síndrome del jamaicónCuando estuve en el DF en diciembre, la nostalgia navideña hizo de las suyas y me entretuve mucho tiempo pensando en la comida que más me hace falta, en los antojos que aún en Nueva York son difíciles de cumplir.

Es importante aclarar que esta lista es solo un recuento personalísimo de cosas que yo disfruto comer, no pretende estar basada en el conocimiento profundo de nada más allá de mis propios antojos. Vaya, ni siquiera podría decir que estas son las mejores cosas que he comido en México. Estos platillos son importantes, más bien, porque forman parte del mapa de la nostalgia por mi casa, una ciudad que más crece en mis afectos entre mejor conozco otras ciudades.


Tacos de rajas   La lechuza

Es probable que La lechuza haya sido la primera taquería que visité de niña y tal vez por eso quiero volver siempre que voy al DF. Me gustan un montón de cosas (agua de limón con chía, sopa de tortilla, cazuela de queso fundido con hongos (¡rasparle el quesito quemado a la cazuela!), arroz con leche), pero los tacos de rajas tienen un lugar especial en mi corazón: cremositas y suaves, con el nivel picante perfecto, envueltas en una tortilla recién hecha. 

Torta de calamar  La barraca valenciana

La primera vez que probé una torta del mar fue con mi amigo Edel, al que el paso del tiempo me ha acercado, alejado y vuelto a acercar. La primera mordida de esa torta me enloqueció: simplemente calamares y chimichuirri con la suficiente cantidad de ajo para no olvidarla en mucho tiempo. El lugar ha cambiado pero la calidad de la torta, por suerte, no. 

Sopa verde   El danubio

Una de las sopas favoritas de la ciudad (¡hasta tiene su propia página de Facebook!). No sé qué tiene exactamente, pero comerla es comerse el mar: se distinguen camarones, pescado, ¿almejas?, ajo, cebolla y un montón de hierbas aromáticas en un caldito verde perfecto para sopear el pan.


Botana de queso  La fonda el refugio

Un molcajete grande de salsa verde cruda, fresca, con cubitos fritos de queso cotija. Eso en una tortilla hecha en casa con un poquito de chicharron entra al concurso de los mejores tacos del mundo. Para acompañar, una margarita tan buena que le entra al quite con la del San Angel Inn.

Tosada de salpicón   Las tostadas de Coyoacán

A esto saben las fiestas en casa de mi papá: grandes cazuelas con guisados para las tostadas que no se rompen al morderlas. Las de salpicón siempre han sido mis favoritas, me gusta ese sabor carnoso pero acidito: limón, jitomate, cebollita, cilantro. 

Barra de ensaladas   Cluny 
Como fanática de las barras de ensalada, puedo decir que ésta es una de las mejores de la ciudad. Me gusta la variedad de ingredientes pero sobre todo me gusta la actividad de armar el plato, escoger los ingredientes y el aderezo. Y como el plato no es grande y solo te puedes servir una vez, hay que hacer una ensalada altísima. 

Chilaquiles con huevo   El pan comido

Éste lugar es más reciente y encontró su lugar en mi corazón después de pasar ahí varios desayunos de cruda con amigos. Los chilaquiles son crujientes, la salsita roja espesa y rica y el huevo en su punto perfecto. Un poco de queso y crema y un jugo gigante para la dicha del domingo. 

Shabu shabu   Taro

Este local en un segundo piso de Avenida Universidad es otro recuerdo feliz de mi infancia, me llevaba mamá los domingos que quería consentirme. El lugar parece detenido en el tiempo, es el restaurante japonés que más me gusta de la ciudad. El shabu shabu es lo máximo, tomar una rebanadita de carne, cocerla en un caldo de verduras hirviendo y sopearla en salsas. Un apapacho.

Tostadas de atún   Lampuga

Cómo olvidar las cenas de 2009/2010 en el Lampuga, tan llenas de amor recién nacido. Me gustaba la comida en general, especialmente las entradas y de las entradas especialmente las tostadas de atún fresco, que llevaban una embarradita de mayonesa picosa y cebolla frita, crujiente. Mucho vino blanco en garrafa.
Podría decirse que las tostadas eran lo de menos, pero no. Acaso lo comprendí tarde, pero la comida y el vino eran lo que más importaba. 

Pizza de hongos "receta secreta"   Leo's Pizza

Duro y dale con Coyoacán, pero uno no puede negar la cruz de su parroquia. Habrá mejores pizzas en el DF, estoy segura, pero a mí ninguna me hace tan feliz como la de esta cabaña escondida, su techo adornado de botellas vacías de Chianti. 


En un post próximo: los postres.

[Creo que ya pasó de moda hacerlo (ni que estuviéramos en 2008), pero sería padrísimo que si alguien pasa por aquí y piensa en su propia lista me contara un poco de ella.]


2.1.14

Marcha fúnebre

poema de Fabián Casas



Últimamente me pesan las cosas que tengo. Más bien dicho: me pesa la posesión misma de los objetos que acumulo por gusto, necesidad o herencia y que van invadiendo los metros cuadrados que puedo llamar míos (los de mi recámara en México, el departamento que comparto con Matías en NY, mi oficina en la calle 39). Que esto suceda no es cosa rara. Los motivos se remontan a 2007, cuando hubo que desmontar una casa y con ella desmontar la vida que ocupaba la casa, la que compartíamos mamá, la perras y yo. Enfermedad y muerte aparte, esos días estuvieron fuera del tiempo o en un tiempo distinto, casi detenido de tan lento, en el patio de la entrada, el cochambre de la cocina, la tierra seca que dejaban las patitas de las perras cuando volvían del jardín recién llovido. 

Temo que decir que me pesa la posesión de las cosas se confunda con una confesión new age o una especie de diatriba anticapitalista. Más bien me refiero a que a veces las cosas se adueñan de mí, como si el baúl de fotos o la vajilla blanca de la abuela fueran un recordatorio de mi propia mortalidad. Me encuentro el tintero de vidrio grueso en un cajón (no me acordaba que lo tenía) y me pesa lo que significa que esté guardado ahí, ese tintero está marcado por la enfermedad de los dueños que ha tenido hasta llegar a mí, tiene tumores los pulmones y en el páncreas: quiero conservarlo pero no quiero nunca volverlo a ver. La copia Aguilar de las obras completas de Miguel de Cervantes empastada en piel de donde mamá me leía por la noches. La foto de cuando cumplí siete años y papá nos llevó a comer al San Angel Inn, yo con mi vestido blanco y el pelo hasta la cintura, mamá con su saco de pana café, disfrazada de profesora, los labios delgados de papá, mi hermano Pedro instalado en la adolescencia y atrapado en un blazer azul marino que seguramente detestaba. 

Pero felices. Seguramente mis padres habían bebido y entrado en esa dicha, nosotros tuvimos permiso de comer una isla flotante y corríamos por los jardines, hacia la fuente, a buscar a los gatos. ¿Fue realmente un buen día? Lo fue en ese simulacro de papel y luz. 

¿No es extraño que las cosas sobrevivan a sus dueños? Yo no debería tener diarios ajenos, vajillas de hogares que han desaparecido, fotografías de tiempos anteriores a mí que alguien recortó siguiendo el capricho de su propio recuerdo. Recortar fotos para moldear la memoria en una tradición familiar: mamá dejo cientos de fotos descabezadas.

En algunos meses cumplo treinta años y no dejo de pensar en lo perdido. Los paraísos perdidos de Borges, los únicos paraísos, son necesariamente los que han dejado de existir.  

Antes de morirme voy a quemar mi casa. 

2.11.13

Los diarios marinos




Lo que la arena dice al mar tal vez sea:
no te serenes nunca. Tu belleza
es tu absoluto desconsuelo.
Si encontraras sosiego perderías
tu condición de mar.
Si te calmas
dejará de fluir el tiempo.

  José Emilio Pacheco

i
Me gusta pensar en cómo los colores van desapareciendo en las profunidades marinas. Primero se va el rojo, el amarillo, el verde. Al final queda el azul acompañando a los tonos de marrón y gris. Si uno desciende lo suficiente y toma un pez negro de lo más hondo, al regresar a la superficie podría descubrir que es, en realidad, anaranjado. En el fondo – realmente el fondo – del mar, los humanos veríamos en blanco y negro.

ii
La narcosis de nitrógeno es una alteración del estado de conciencia que le ocurre a veces a los buzos. Produce un efecto similar a la intoxicación alcohólica equivalente a un martini cada 10 metros. Bucear bajo los efectos de la narcosis de nitrógeno es riesgoso, porque se pierde la capacidad de reconocer una situación peligrosa. Los motivos exactos por lo que alguien sufre los efectos de la narcosis se desconocen.

iii
Arriba el cielo, las toallas que metimos en la bolsa, la lancha que nos trajo hasta este punto. Arriba el mundo que conozco, el de las pantallas de cine, los jardines y las oficinas. El traje es incómodo y el peso del tanque no me deja moverme sobre la lancha. El visor aprieta en la frente y jala el pelo.

Pero sumergirse libera y aligera.

iv
La estructura del arrecife me hace olvidar el paso del tiempo. Sólo escucho el ritmo de mi respiración y el ancho sonido de este otro mundo transparente y denso. Los peces me rodean y nadan suavemente junto a mí, mostrándome la danza del universo. Aquí abajo flotan el equilibrio y la belleza, y mi cuerpo suspendido flota también hermosamente.


v
Dentro del agua soy un paisaje de remolinos que empiezan una madrugada de abril de 1984 y terminan veintitrés años después. Luego vuelven a empezar y a terminar y a empezar y a terminar hasta que todo se revuelve y ruge y se levanta como una ola furiosa que destruye el puerto.

comensales

gepda

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